Hola, amigos:
Hace poco he visto una peli que se titula "Déjame entrar". Es la mejor de vampiros que me he encontrado en mucho tiempo, del estilo de la clásica "Nosferatu" y nada que ver con la infame "Crepúsculo". Os la recomiendo.
Y a propósito de chupasangres hoy conoceremos la historia de Enriqueta Martí, llamada "La vampira de Barcelona", toda una celebridad en su época. Su currículum vitae nos dice que fue secuestradora, prostituta, alcahueta, falsificadora, corruptora de menores, pederasta, bruja y asesina. Casi todo lo que piensa Belén Esteban de la Campanario.
Todo comenzó el 10 de febrero de 1912, cuando desapareció en Barcelona una niña de cinco años llamada Teresita Guitart. La prensa se hizo eco de la desaparición y le dio una amplia cobertura, porque el run-run de las calles avisaba de que los últimos meses estaban jalonados de desapariciones de niños y niñas de corta edad. La desaparición de Teresita convirtió el rumor en certeza.
Todos los esfuerzos policiales resultaron estériles hasta que una mujer llamada Claudina Elías, de casualidad, se fijó en la cara de una niña que la miraba a través de una ventana en la calle donde residía. Allí vivía una mujer con un niño y una niña, pero el rostro de aquella criatura de cabeza rapada y mirada triste no le resultaba familiar. Se lo comentó a un colchonero y éste se lo hizo saber al policía municipal José Asens, que a su vez se lo comunicó a su jefe, el brigada Ribot. Así que a primera hora de la mañana del 27 de febrero de 1912, Ribot se presentó en el entresuelo 1ª del número 29 de la calle de Ponent.
Con la excusa de inspeccionar una denuncia sobre la existencia de gallinas en aquel domicilio, Ribot entró y se topó con dos niñas de corta edad. Una de ellas era Teresita, la otra era la hija de la dueña de la casa.
La secuestradora fue identificada como Enriqueta Martí Ripollés, de 43 años y con antecedentes por corrupción de menores. Comenzó a prostituirse a los 20 años, en cuanto se dio cuenta de que siendo criada no llegaría a ninguna parte. Un día se casó con un pintor fracasado y algo tocado, Juan Pujaló, que se alimentaba de alpiste como los pájaros porque lo había aprendido en un manual de naturismo.
La relación se mantuvo con muchos altibajos diez años. Cuando se separaron definitivamente, en 1909, nuestro angelito montó un prostíbulo integrado por menores de ambos sexos, cuyas edades iban desde los 5 hasta los 16 años. Fue detenida, pero se libró de la cárcel por la intercesión de un personaje anónimo muy poderoso, seguramente un pederasta asiduo del prostíbulo, interesado en que Enriqueta no se fuese de la lengua y pudiera comprometerlo.
Nuestra amiga llevaba una vida muy peculiar. A pesar de que no tenía problemas económicos, acudía todas las mañanas a centros de acogida, conventos, parroquias y asilos, pidiendo limosna y comida. A media tarde salía de su casa elegantemente vestida con sedas y terciopelos, y era frecuente verla con pelucas y sombreros muy caros.
Durante el registro de la casa, los funcionarios se quedaron atónitos cuando entre aquellas habitaciones sórdidas y malolientes descubrieron un suntuoso salón amueblado con gusto exquisito. El mobiliario, las lámparas, el cortinaje, las butacas y los sofás costaban una fortuna. En un armario colgaban dos trajecitos de niño y otros dos de niña; había medias de seda y zapatitos a juego con los trajes. También fueron encontrados las pelucas rizadas y los finos trajes de confección que Enriqueta vestía en sus paseos vespertinos y un paquete de cartas escritas en lenguaje cifrado, repleta de contraseñas y firmas con iniciales. Apareció también una lista, una relación de nombres que quedó cuidadosamente guardada bajo secreto de sumario y que daría mucho de que hablar a la opinión pública en los meses siguientes.
En la cocina encontraron un saco con un trajecito de niño y un cuchillo ensangrentados. En otra habitación descubrieron un saco de lona, aparentemente lleno de ropa sucia y vieja, pero en cuyo fondo había huesos de niños. Se contaron costillas, clavículas, rótulas, y diferentes restos que los expertos identificaron como pertenecientes a treinta niños diferentes. Todos tenían señales de haber sido expuestos al fuego de una manera muy especial lo que, según los médicos, hacía suponer que los niños habían sido sacrificados para extraer grasa de sus cuerpos.
Tras un armario descubrieron la cabellera rubia de una niña de unos tres años, aún con el cuero cabelludo, trozos de carne y sangre seca. La macabra expedición concluyó en una habitación cuya cerradura tuvieron que forzar y en la que aparecieron medio centenar de frascos, rellenos unos de sangre coagulada, otros de grasa humana, y el resto con sustancias que fueron enviadas a un laboratorio para su análisis. Junto a las pócimas había un libro antiquísimo con tapas de pergamino, que contenía fórmulas extrañas y misteriosas. Y también un cuaderno grande lleno de recetas de curandero para toda clase de enfermedades, escritas a mano, en catalán y con letra refinada.
La declaración de la hija de Enriqueta, Angelita, fue tremenda. Durante el registro contó con pasmosa tranquilidad sucesos como cuando su madre trajo a casa a un niño rubio llamado Pepito, con el que solía jugar:
“Mamá no se dio cuenta de que yo la vi cómo cogía a Pepito, lo ponía sobre la mesa del comedor y lo mataba con un cuchillo. Entonces me fui a mi cama y me hice la dormida”.
La policía descubrió que Enriqueta también era propietaria de otros inmuebles, que inmediatamente fueron registrados. El resultado fue aterrador: en un piso de la calle de Picalqués se halló un falso tabique que ocultaba un hueco en el que aparecieron más huesos, entre ellos varias manos de niño. Una crónica de la época afirma que “con los huesos fue encontrado un calcetín de niño que debió de pertenecer a un hijo de familia muy humilde, porque está zurcido y añadido desde su mitad con hilo de otro color”. En una casa de la calle de Tallers hallaron huesos y dos cabelleras rubias de niñas de corta edad.
En una torre de Sant Feliú de Llobregat aparecieron libros de recetas y nuevos frascos con sustancias desconocidas. Finalmente, en el patio de una casa de la calle de los Jocs Florals de Sants, descubrieron el cráneo de un niño de unos tres años, que todavía presentaba adheridos a la piel algunos cabellos y una serie de huesos que los forenses reconocieron como pertenecientes a tres niños de tres, seis y ocho años.
Durante los meses siguientes las noticias sobre el caso aparecieron diariamente en los periódicos. Enriqueta Martí había sido encarcelada y la vigilancia sobre ella era constante, ya que se decía que había intentado suicidarse abriéndose las venas en su celda.
Era mas que evidente que tras los crímenes había personas con dinero y poder suficiente para satisfacer sus perversiones. En la famosa lista, de la que todo el mundo hablaba pero nadie conocía, había una relación de nombres y domicilios en la que, se rumoreaba, figuraban médicos, abogados, comerciantes, algún escritor, políticos y otras personalidades.
De pronto saltó la noticia de que Enriqueta Martí había fallecido en el patio de la cárcel linchada por sus compañeras presas... hacía varios meses, poco después de ser detenida. El escándalo que se armó fue de proporciones bíblicas y se dijo de todo, como que antes de ser golpeada ya estaba muerta, envenenada por encargo de alguien interesado en su desaparición. Nunca pudo probarse nada, entre otras cosas porque las autoridades jamás proporcionaron la menor información y ni siquiera se sabe que fue del cadáver de la vampira.
Lo único que sabemos con certeza es que el juicio nunca llegó a celebrarse, que los nombres de las personas de la famosa lista nunca fueron publicados y que Enriqueta Martí se convirtió en un mito de la época.
Besos a tod@s