martes, 22 de diciembre de 2009

OTRA HISTORIA PERSONAL

Hola, amigos:

No creo que publique nada hasta que pase la Navidad, así que aprovecho para felicitaros las fiestas y daros el pésame a todos los que tengais que aguantar cuñad@s plastas, suegr@s que incordian o familiares varios insoportables. Consolaos con que la mayoría son añadidos a la familia y por lo tanto putativos. Llamadlos así, vereis que caritas ponen.

Y ahora vamos con una historia personal, zona íntima de Mike, ya sabeis. Esta vez se trata de una cagada, y en sentido literal. Dedicado a mi amiga Ana, que no creo que me lea, pero sabe lo que pasó.

Corría el año 1997. En Sevilla se inauguró el Parque Temático Isla Mágica y yo trabajaba en una agencia de viajes. Me regalaron dos entradas para el día inaugural y allá que me fui con mi amiga. Hacía sol, pero no calor, corría la brisa, pero no había demasiado viento. El día era perfecto y las previsiones de pasarlo bien se fueron cumpliendo una a una con las atracciones, los espectáculos e incluso la comida, muy superior a la media de los parques temáticos. Hasta que llegamos al Jaguar.

El Jaguar es lo que se conoce como montaña rusa invertida. En lugar de ir en un cochecito con varias personas vas colgado como en un telesilla, con las piernas balanceándose en el aire, muy alto, muy rápido...

Aquellos que me conocen bien saben que de toda la vida las montañas rusas me han dado repelús. No sé, esa sensación de tener los huevos donde la tráquea y el estómago donde los testículos no me ha hecho gracia jamás.

Y además me da miedo.

Del malo.

Del de la caquita.

Pero cualquiera le decía a Ana que no me montaba, con lo persuasiva que era, los cojones que tenía, y lo alto que comenzó a decir "mira que eres mariquita..." por todo el parque.

Cuando ya habíamos estado en todas las atracciones y visto todos los espectáculos accedí a regañadientes. Y nada más ponerme en la cola supe que aquello no terminaría bien.

Miguel, que no pasa nada, que vamos juntos.

Ana, me cago.

¡Exagerado!

Ay Dios...

La cosa empezó a torcerse al llegar el puñetero Jaguar al apeadero. En cuanto el encargado quitó la cadenita Ana salió disparada, se montó un guirigay de cojones y al final acabé montado con un tío que no conocía de nada sin tiempo para cambiar el sitio. Mi amiga intentó darme ánimos a tres sillas de distancia.

¡ No pasa nada, Miguel ! ¡ Ya verás como te gusta !


Pero a mí la voz no me salió del cuerpo y no pude contestarle.

Como tampoco pude decirle nada al encargado cabrón, que me miraba con una sonrisilla traviesa al comprobar la palidez de mi cara.

Miré de refilón a mi acompañante, que parecía relajado, dueño de sí mismo, y traté de tranquilizarme contando hasta veinte. No fue muy bien porque me olvidé del cinco y mi vieja amiga, la tortuguita, hizo su aparición en cuanto aquello empezó a traquetear y moverse camino de la rampa.

En ese momento envidié a mi compañero, tan a gusto mirando el horizonte mientras yo me fijaba en un cordón de mi zapato que estaba un poquito flojo. Según llegaba al final de la subida, hizo acto de presencia la gotita de orina que anunciaba mi acojone más profundo y volví la cabeza hacia mi acompañante desconocido en busca de su seguridad.

En ese momento caímos.

Bueno, todos menos mi estómago y mi hígado, que se quedaron arriba gravitando un poco, y mi compañero de aventuras dijo sus primeras palabras:

¡¡¡ VOY A MORIR !!! ¡¡¡ VOY A MORIR !!! ¡¡¡ ME CAGO EN DIOOOOOOOOOOSSSS !!!

Y me agarró fuerte del brazo izquierdo, transmitiéndome todo su miedo, infortunio y dolor que se sumaron a mis propios temores, lo que me hizo gritar como jamás lo haya hecho un ser humano, cerrar los ojos y aguardar ansioso la llegada de la muerte por infarto para poder descansar eternamente.

Después de un milenio de subir, bajar, morir y renacer, aquel artefacto del demonio frenó casi en seco, lo que ayudó enormemente a que mis órganos se comprimiesen hacia adelante, la única dirección en que aún no lo habían hecho, dejándome sin respiración.

Tras comprobar que estaba vivo y que aún faltaban por llegar el hígado y el estómago, abrí los ojos y ví que mi acompañante desconocido me había agarrado el brazo con tal fuerza que mi mano se empezaba a poner un poquito azul.  En aquel momento me parecío curioso oirle llorar, jadear y darle gracias al cielo pero no lo veía hacer ninguna de esas cosas, solo miraba fijamente al infinito.

La razón es que el que hacía todo eso era yo mientras el encargado cabrón me soltaba el cinturón.

Desaloje, por favor.

Un minuto, por favor, que me tiemblan las piernas.

Desaloje, por favor, hay gente esperando.

Deme un respiro, hombre, que estoy fatal.

Y me miró con esa expresión de suficiencia que tienen los gallitos cuando se creen con la sartén por el mango. Estaba a punto de elegir una de las miles de maneras que tengo de matar un sujeto cuando llegó Ana, me empujó hacia la salida y le salvó la vida sin querer.

¡Vaya carita! Anda, no seas nena.

Ana, me cago.

Exageraoooooo.

Que no, joder, que me cago, que voy al baño pero ya.

Y menos mal que los baños estaban cerca porque la tortuguita no es que asomara la cabeza, es que tenía medio cuerpo fuera cuando logré sentarme en la taza.

Qué delicia.

Qué placer.

Hasta que caí en la cuenta de que no había papel higiénico, yo no llevaba kleenex y a diferencia de mi casa no había ningún periódico cerca.

Algún día dedicaré un post exclusivo a todas las maneras que se me ocurrieron de limpiarme, algunas de ellas francamente imaginativas, pero para abreviar diré que opté por utilizar uno de mis calcetines. El problema es que entre unas cosas y otras yo no estaba para pensar mucho más, e hice lo que acostumbraba tras poner las caquitas: dejarlo caer a la taza tras acariciar mi culito.

Y montar un atasco del carajo, claro.

Tras mucho pensar intenté cogerlo con el otro calcetín, pero olía tan mal y era tan complicado que al final opté por tirar de la cadena, pensando que las instalaciones serían nuevas, por lo tanto amplias, y el chorro de agua sería potente.

Solo se cumplió lo de que eran nuevas. Cuando vi que el nivel de agua marrón, apestosa y maloliente subía, se acercaba al borde de la taza y amenazaba claramente con desbordarla, hice lo que un hombre que se precie debe hacer: huir.

En mi alocada estampida tropecé con alguien y lo derribé. Yo tenía un buen motivo para levantarme rápido pero él no era consciente de lo que pasaba y quiso recriminarme desde el suelo. Aún recuerdo sus palabras:

¡Eh! ¡A ver si tienes mas cuida...! pero... ¿qué es esto? ¡¡¡ HIJO DE PUTAAAAAAA !!!

 Pero yo ya estaba empujando con muchas prisas a Ana hacia la salida del parque.

¿Qué ha pasado?


Nada, ya conoces mis caquitas malas. No se puede ni respirar allí dentro.


Ayyyy... ya le has dado la tarde a un desgraciado.


No lo sabes tú bien.

Pero eso lo dije para mí.

Besos a tod@s

lunes, 14 de diciembre de 2009

UN MARISCAL FALTO DE COJONES


Hola, amigos:

Toda guerra es un sinsentido, al menos para mí, pero algunas circunstancias de la que hoy nos ocupa no pueden ser más ridículas. Y sería para partirse de risa si no fuese porque le costó la vida a mucha gente y algunas de sus consecuencias forman parte de los problemas que hoy arrastra el pueblo palestino.

He tenido el dudoso honor de ver de cerca, muy cerca, lo estrechos de miras y lo ceporros que pueden llegar a ser los militares, pero al menos he comprobado que son valientes en su mayoría. Mas les vale, porque cuando pierden el valor les cae lo que un buen amigo mío define así: "pequeño canapé frío, típico de los domingos, elaborado principalmente con trigo horneado". Una ostia, vaya, que es exactamente lo que se dieron los árabes en 1967 cuando se enfrentaron a Israel en una guerra tan fugaz que solo duró seis días, y de ahí el nombre que recibió, aunque en realidad el pescado estaba vendido en las primeras seis horas de conflicto.

Todo viene de antiguo, de cuando la ONU decide dar un trocito de tierra a los judíos en 1948, tras la Segunda Guerra Mundial, para acabar con su condición de parias errantes por el mundo. Un trocito que reclamaban a base de atentados terroristas contra los británicos, los gestores del protectorado de Israel. Un trocito de un territorio ocupado por un pueblo llamado palestino y que se negaba a cederlo, algo que no debería haber sorprendido al mundo ya que llevaban allí unos 1.200 años. Viene a ser como que de un día para otro traguemos con que Marruecos se quede con Andalucía porque ellos estuvieron en la península 750 años (desde el 711 hasta 1492) y nosotros llevamos instalados menos de 600.

El caso es que los palestinos se vieron despojados de sus derechos sobre parte de unas tierras que reclamaban como suyas. Cuando los británicos se marcharon dejando Israel en manos de los judíos, declararon la guerra con el apoyo de la comunidad islámica. Ante la situación que se estaba formando EEUU apoyó a Israel, y como respuesta los árabes pidieron el cariño de la URSS. En plena guerra fría el pitote que se había montado era monumental, acabando con una paz forzada en la que los israelíes, ganadores del conflicto, acabaron con más territorio del que les concedió la ONU y los palestinos solo consiguieron retener Gaza y Cisjordania bajo su control.

En 1968, el mapa de la zona era este:


Podeis comprobar que Israel tiene justo al norte al Líbano, al este Siria y Jordania y al sur la Península del Sinaí, dominada por Egipto formalmente pero ocupada por tropas de la ONU. Solo Jordania mantenía una política de relativa neutralidad porque su rey, Hussein, no estaba convencido de que la guerra fuese una buena solución.

A primeros de Mayo de 1967, el servicio secreto soviético, el KGB, informó a Egipto de que Israel estaba concentrando tropas en la frontera con Siria para una inminente invasión. La concentración era inexistente y el Primer Ministro israelí invitó al embajador soviético a comprobarlo. Israel argumentó, con una lógica aplastante, que bastante tenían con aguantar sus propias fronteras y no había más que ver la inmensidad del territorio Sirio para comprender que una invasión estaba condenada al fracaso, pero el embajador ruso contestó que su misión era comunicar las verdades rusas, no comprobarlas. En otras palabras, que no se jugaba el destierro a un Gulag por contradecir al todopoderoso KGB.


Egipto dió por buena la noticia y se la transmitió al resto de los países. Aunque Jordania seguía sin estar convencida Siria sí la creyó y pidió ayuda al presidente-dictador egipcio, Gamal Abdel Nasser. El amiguete decidió intimidar a Israel con tanta energía como poco cerebro: expulsó de la península del Sinaí a  las fuerzas de la ONU, y trasladó allí más de 70.000 soldados.

Seguramente Nasser no deseaba una guerra, sino tirarse un farol para arrogarse el papel de líder de la zona y obtener ventajas políticas. El problema es que los demás países árabes, incluyendo a los palestinos, ni siquiera se plantearon que fuese una fanfarronada y organizaron una campaña mediática en prensa, televisión y radio tan estrepitosa que los judíos se convencieron de que sus vecinos estaban a punto de invadirlos. Al fin y al cabo, tenían la certeza de que sus unidades en la frontera siria no existían, pero los 70.000 soldados egipcios en la frontera israelí sí.

El Primer Ministro de Israel pensó que de perdidos al río. Si iban a tener que pelear, al menos darían la primera bofetada y pidió al Estado Mayor un plan de ataque preventivo, tan desesperado como ilegal, porque no estaba muy claro si Egipto trataba de invadir o de intimidar. El plan consistía en atacar a los aviones egipcios en sus bases, antes de que despegasen, para al mismo tiempo atacar con el ejército de tierra en una operación relámpago. Sobre el papel, las posibilidades israelíes eran muy escasas, porque aunque la ofensiva tuviera éxito, todo el ejercito se concentraría en el sur, dejando el resto de fronteras a merced de los demás países árabes hostiles.

Pero cuando todo parecía perdido, el destino les echó una mano en forma de militar cobardica.


La mañana del 5 de Junio, minutos antes del ataque, el Mariscal Hakim Amer, Ministro de Defensa egipcio, había despegado en visita de inspección al Sinaí con la mitad de sus generales, incluyendo al jefe de la Fuerza Aérea. No se debía fiar demasiado de sus propios soldados porque para viajar con seguridad había prohibido a la totalidad de las baterías antiaéreas del país abrir fuego contra cualquier avión que sobrevolase la zona.

Los israelíes, que desconocían este hecho, atacaron simultáneamente trece aeropuertos con todos los aviones disponibles sin recibir un solo disparo. A media mañana, 286 de los 420 aparatos egipcios estaban destruidos y el resto no podía despegar porque todas las bases estaban inutilizadas.

El desgraciado Amer tardó noventa minutos en encontrar una pista operativa donde aterrizar. Lo logró en un remoto aeródromo y tuvo que desplazarse al Cuartel General Supremo... en un taxi. Cuando llegó, las columnas acorazadas israelíes arrasaban el Sinaí y las tropas de tierra egipcias huían en desbandada, vendidas ante los temibles cazas judíos.


Hasta aquí podemos entender que Amer fue tomado por sorpresa y que la falta de fuego antiaéreo era  pura mala suerte, pero es que ahora viene lo más curioso.

Nuestro amigo sabía que Nasser era cualquier cosa menos comprensivo. Al ser consciente del desastre se hizo una caquita en los pantalones tan espantosa que decidió ocultarle lo ocurrido y ver si las cosas se enderezaban. Para ello tuvo la genial idea de intentar que el resto de países árabes entraran en guerra elaborando la mentira más grande de la historia militar. El parte que redactó decía que ante un ataque sorpresa israelí el ejército egipcio había derribado 161 aparatos judíos y el propio Amer notificó a sus aliados la destrucción del 75% de la fuerza aérea israelí, además de una imaginaria ofensiva terrestre propia.


A mediodía, el engañado presidente Nasser lió a su vez al moderado Rey Hussein de Jordania, informándole de la paliza recibida por los judíos y animándole a invadirlos antes del fin de la guerra. Los israelíes, que habían dado a Hussein la seguridad de no atacarle si no eran atacados, esperaban recibir unas salvas simbólicas pero lo que les llegó de Jordania fue un bombardeo en toda regla imitado más al norte por los sirios, ya que creían que Israel estaba indefenso. La aviación israelí, calentita y con la moral por las nubes, atacó las desprevenidas posiciones árabes. Poco después de mediodía la totalidad de la fuerza aérea jordana y dos tercios de la siria estaban destruidas al precio de doce aparatos y sus ejércitos de tierra habían puesto pies en polvorosa.

Los jordanos agacharon la cabeza pero los sirios se hicieron caquita, como nuestro Mariscal, y también se jactaron de vapulear a los judíos. Como, en teoría, los egipcios estaban camino de Tel-Aviv, el entusiasmo árabe era indescriptible y hacia las cuatro de la tarde el presidente Nasser se presentó en el puesto de mando del Ministro Amer para felicitarlo en persona.

Nadie sabe lo que ocurrió en aquél cuartel y no consta lo que el cabreadísimo Nasser le dijo al acojonado ministro cuando se enteró de todo, pero sí  se sabe que Amer se suicidó en su calabozo mientras esperaba la formación de un consejo de guerra.

Nasser intentó una huída hacia adelante. Para salvar el honor árabe y provocar la intervención soviética difundió la versión de que el ataque aéreo inicial había sido efectuado por aviones anglo-norteamericanos. Al día siguiente Egipto, Argelia, Siria, Sudán, Yemen e Irak romperían relaciones diplomáticas con los EEUU y el Reino Unido. Los teléfonos de la Casa Blanca estaban literalmente al rojo vivo, intentando averiguar lo que había pasado y que la URSS no declarase la Tercera Guerra Mundial.

Los israelíes, mientras tanto, guardaban un silencio sepulcral, porque en realidad su ataque a Egipto perfectamente podía ser declarado ilegal por la ONU y se limitaron a ocupar el mayor territorio posible aprovechando la huida de los ejércitos árabes, entre ellos los que les quedaban a los palestinos.

Pero la pantomima duró solo cinco días, al cabo de los cuales se descubrió el pastel y la ONU ordenó el alto el fuego. La guerra había comenzado la mañana del 5 de Junio de 1967 y había terminado el 10 de Junio por la noche, quedando la mañana siguiente, el 11 de Junio, como el dia de finalización.

Aquí teneis el antes y el después de la guerra:



Israel terminó conquistando todo el territorio que la ONU había dejado a los palestinos (Gaza y Cisjordania), los Altos del Golán (una posición defensiva estratégica en la frontera con Siria) y toda la península de Sinaí, aunque esta última se la devolvió posteriormente a los egipcios como compensación por otra guerra.

Casi todo gracias al Mariscal Hakim Amer, tan torpe como cobarde, aunque me da la sensación de que con lo espesitos de mollera que son en la zona mas tarde o mas temprano la guerra hubiese estallado igual y probablemente con un resultado similar.

Besos a tod@s

sábado, 12 de diciembre de 2009

QUÉ POCA VERGÜENZA...

Hola, amigos:

Acabo de darme cuenta de que el blog ha sobrepasado las 4.000 visitas... y alucino. Muchas gracias a todos.

Hoy soy breve porque entre el Puente, la gripe y un viaje a Barcelona estoy muy liado, pero echadle un vistazo a este artículo del diario El Pais de ayer:

El Papa expresa "rabia y vergüenza" por los casos de pederastia en Irlanda.

Y leed mi post "Me cago en la Iglesia Católica".

Pues eso, que no sé cuanta rabia le da a Ratzinger, pero vergüenza, lo que viene a ser vergüenza, muy poca le debe quedar.

Besos a tod@s



jueves, 3 de diciembre de 2009

LA SILLA ELECTRICA


Hola, amigos:

Se acerca la Navidad.

La próxima nómina la retención de IRPF de Hacienda es la ostia, porque sabe que hay paga extra.

Paga extra que me gastaré entre los regalos que debo comprar a última hora y la retención en la cuenta que me hacen todos los años por el IBI de hace diez, que ya he debido pagar al menos tres veces, y un sellito de un coche que ya ni siquiera existe y está dado oportunamente de baja, pero eso al Ayuntamiento le importa un carajo.

Así que mi humor está de perros, y solo me apetece de hablar de un invento terrible, un instrumento de matar a sangre fría, que quizá solo podría justificar su existencia en caso de que diera asiento a los tertulianos de Sálvame o DEC o "ese familiar/amigo/lo que sea" que aparece una vez al año para dar por culo, siempre en estas fechas, a ver si pilla invitación a cenita o parte de la cesta de Navidad.

En fin, que sabemos para lo que sirve nuestra silla, sabemos cómo funciona, pero casi nadie sabe que fue un negocio ruinoso para el inventor del telégrafo, Thomas Edison, y la clave para que hoy disfrutemos de la electricidad tal como lo hacemos. La historia es francamente curiosa.


A finales del siglo XIX, Thomas Alva Edison se autodenominó inventor de la bombilla eléctrica, aunque en realidad lo que hizo fue perfeccionar el material con el que se hacían para aumentar su duración. Puso las bases para iluminar nuestro planeta y fundó la empresa General Electric financiado por el banquero JP Morgan. Los generadores que diseñó producían un tipo de electricidad llamada corriente continua, que quiere decir que fluye siempre en el mismo sentido.

Su gran competidor era George Westinghouse, que era bastante peor inventor pero tenía un genio a sus órdenes llamado Nikola Tesla, el descubridor de la corriente alterna, que quiere decir que cuando fluye cambia de sentido cada cierto tiempo.

Aquí tenemos a la izquierda a Westinghouse y a la derecha a Tesla:



Aquí los amigos se peleaban por todo. Edison defendia la corriente continua, de baja tensión, conducida por cables bajo tierra. Westinghouse la corriente alterna descubierta por Tesla, de alta tensión, conducida por cables por el aire. Lo que estaba en juego era nada menos que la concesión del tendido y suministro eléctrico de todos los estados de EEUU, un dineral.

Y de momento ganaba Westinghouse, porque el sistema desarrollado por Tesla permitía a la corriente llegar mucho más lejos que el de Edison y sus generadores eran más potentes y más baratos.


En 1881 el dentista Albert Southwick estaba caminando por una calle en la ciudad de Buffalo, al norte del estado de Nueva York, cuando vio a un obrero tocar las terminales de un generador eléctrico y quedar carbonizado en cuestión de segundos. Sorprendido por la rapidez del desenlace, el dentista pensó inmediatamente que la víctima no había sufrido nada. Al día siguiente le comentó el episodio a un amigo, el senador David McMillan, que a su vez le relató la anécdota al gobernador de Nueva York, David B. Hill, justo cuando el amiguete le daba vueltas a la idea de sustituir la horca por otro método más compasivo como forma de ejecución. Hill pidió entonces a la Legislatura que tomara en cuenta la electricidad para reemplazar a la horca y se decidiera lo más rápidamente posible.

Y rápidamente se tomó en consideración, para lo que es un organismo burocrático. Cuatro años después se formó una comisión en el Congreso para discutir la cuestión.

Mientras tanto, el avispado Edison hizo investigaciones acerca del suceso del dentista y el obrero carbonizado y descubrió que el generador que había tocado el desgraciado era de corriente alterna, de los usados por la firma Westinghouse. Mejor aún: el obrero trabajaba para Westinghouse, así que Edison y sus asociados comenzaron a propalar que la corriente de su contrincante era muy peligrosa y nadie debía permitir que un elemento de semejante poder destructivo fuese de uso urbano y doméstico. Obviamente, la electricidad que debía llegar a las casas de los estadounidenses era la suya. Más cara, sí, pero segura y confiable.


Puso en marcha una gigantesca campaña nacional al mando de Harold P. Brown, inventor, electricista, ingeniero y un gran charlatán, que trabajaba en el equipo de A.E. Kenelly, jefe de investigadores del laboratorio que Edison tenía en Menlo Park, Nueva Jersey. El amigo Brown preparó un aparato en forma de pequeña silla, lo patentó y se dedicó a ir de ciudad en ciudad haciendo la siguiente demostración: amarraba a esa pequeña silla a un gato y le aplicaba la corriente alterna de Westinghouse hasta dejarlo frito.


Con el paso del tiempo, Brown achicharró liebres, caballos, vacas y hasta un orangután en la ciudad de Albany. Thomas Edison avaló todos esos experimentos y se atrevió a hacer personalmente algunos otros. En una ocasión fotografió y filmó la electrocución que él mismo llevó a cabo de una elefanta de circo llamada Topsy que al escaparse había matado a tres personas.

El macabro vídeo podeis verlo pinchando aquí.

Sus conclusiones estaban claras: la corriente de Westinghouse mataba; la de él hacía un poco de daño pero era inofensiva. En 1888, el gobernador de Nueva York firmó el decreto que establecía la silla eléctrica como método legal de ejecución de criminales y se eligió la corriente alterna.


Westinghouse estaba indignado y se negó a prestar sus aparatos para matar delincuentes. No quería que su sistema quedara asociado con la muerte y comenzó a dar discursos donde apelaba a la conciencia de los ciudadanos que siempre acababan con la frase “es una ejecución inhumana y antinatural, equivalente a quemar vivo”. Pero no pudo hacer nada porque el gobierno compró tres generadores Westinghouse a través de intermediarios que fueron adaptados a una silla por el mata-animales Brown bajo la supervisión de Edison.

La primera ejecución en la silla fue la de un tal Ernest Chapeleau, un francés nacionalizado estadounidense, en la prisión de Sing Sing en Nueva York. No se sabe muy bien lo que pasó porque no hubo apenas testigos, pero debió producirse un fallo bastante grave porque Chapeleau salió de la sala con quemaduras de tercer grado pero vivo. Como su sentencia decía "será ejecutado en la silla eléctrica" no insistieron, pues no decía “ejecutado hasta morir”. Rápidamente, modificaron el texto de las sentencias y lo añadieron para las ejecuciones siguientes.

William Kemmler fue el segundo. Era un verdulero de origen alemán de 40 años, sentenciado por matar a hachazos a su amante-novia, la pobre Matilda Tille Ziegler, por celos. Kemmler apeló alegando que la electrocución en la silla era inconstitucional por tratarse de un método cruel e inusual, casualmente el mismo argumento utilizado posteriormente en 1972 por la Corte de los Estados Unidos para abolir la pena de muerte, al menos por un tiempo. El propio Westinghouse presentó los argumentos de Kemmler, pero Edison y su lacayo Brown quisieron ser testigos del Estado para desmentir que se tratase de una pena cruel. La Corte quiso estar a la altura de los avances tecnológicos y rechazó la apelación.

A Kemmler se le informó de que sería ejecutado a las 06:00 del 06 de Agosto de 1890, y en esta ocasión en mitad de un circo mediático, con multitud de testigos. La foto de la ejecución del alemán que podeis ver es auténtica.




El día señalado, cuando las lámparas del panel de control se iluminaron, indicando que habían alcanzado 700 voltios, un tal Edwin Davis accionó el interruptor que permitió a la corriente fluir hacia la silla. La electricidad corrió por el cuerpo de William Kemmler durante 17 segundos en los que se convulsionó contra las correas y su rostro se volvió rojo brillante. Uno de los presentes llegó a decir, exaltado: “¡Vivimos en una mejor civilización a partir de este día!”.

Su parlamento quedó ahogado por el del médico que fue a examinar al verdulero: “¡Está vivo! ¡La corriente, pronto!”.

Los funcionarios dieron apresuradamente la orden de conectar de nuevo la corriente. El generador estaba apagado y pasó algún tiempo hasta alcanzar el voltaje otra vez. Mientras tanto, Kemmler gimió y luchó para tomar aire ante los horrorizados testigos. Cuándo el generador alcanzó 1.030 voltios la corriente se conectó otra vez a la silla, y esta vez se mantuvo algo más de un minuto, hasta que comenzó a salir humo de la cabeza de Kemmler. Había un tremendo olor a carne quemada y pudo oirse un curioso sonido crujiente cuando la corriente fue retirada. El preso estaba muerto.


La cobertura periodística fue desde lo sobrio a lo sensacionalista y algunos periódicos llegaron a decir que habían salido llamas de Kemmler, como podeís ver en la ilustración de la época.

Algunos de los testigos se preocuparon por lo que vieron y opinaron contra este método de ejecución armando un revuelo público considerable, que no fue suficiente para mover a los legisladores a revocar la ley de electrocución. Westinghouse comentó después: “Lo hubieran podido hacer mejor con un hacha”, más molesto que nunca porque ya se empezaba a decir que los electrocutados eran en realidad Westinghauseados. El único que parecía feliz era Edison, que se veía tiunfador.

Pero no fue así en absoluto. La industria americana valoró que los generadores de corriente de Westinghouse habían dado en pocos minutos 700 Watios, y tras un breve descanso llegaron hasta 1.030 W, potencias que los de Edison ni siquiera soñaban con alcanzar, sugiriendo adoptar la corriente alterna para sus fábricas. Para garantizar la seguridad de los hogares americanos bastaba poner un limitador de potencia que encima era muy barato, lo que hoy conocemos como "magnetotérmicos" y nuestras abuelas llamaban "los plomos". El resto del mundo se hizo eco y hoy la corriente continua es sólo un trocito de historia.

Y debo decir que me alegro. Sin lugar a dudas, Thomas Edison fue un gran inventor y un genio, pero también un hijoputa de cuidado.

Como algun@s que te llaman cuando se acercan estas fechas haciéndose pasar por amig@s...

Besos a tod@s