Hola, amigos:
No creo que publique nada hasta que pase la Navidad, así que aprovecho para felicitaros las fiestas y daros el pésame a todos los que tengais que aguantar cuñad@s plastas, suegr@s que incordian o familiares varios insoportables. Consolaos con que la mayoría son añadidos a la familia y por lo tanto putativos. Llamadlos así, vereis que caritas ponen.
Y ahora vamos con una historia personal, zona íntima de Mike, ya sabeis. Esta vez se trata de una cagada, y en sentido literal. Dedicado a mi amiga Ana, que no creo que me lea, pero sabe lo que pasó.
Corría el año 1997. En Sevilla se inauguró el Parque Temático Isla Mágica y yo trabajaba en una agencia de viajes. Me regalaron dos entradas para el día inaugural y allá que me fui con mi amiga. Hacía sol, pero no calor, corría la brisa, pero no había demasiado viento. El día era perfecto y las previsiones de pasarlo bien se fueron cumpliendo una a una con las atracciones, los espectáculos e incluso la comida, muy superior a la media de los parques temáticos. Hasta que llegamos al Jaguar.
El Jaguar es lo que se conoce como montaña rusa invertida. En lugar de ir en un cochecito con varias personas vas colgado como en un telesilla, con las piernas balanceándose en el aire, muy alto, muy rápido...
Aquellos que me conocen bien saben que de toda la vida las montañas rusas me han dado repelús. No sé, esa sensación de tener los huevos donde la tráquea y el estómago donde los testículos no me ha hecho gracia jamás.
Y además me da miedo.
Del malo.
Del de la caquita.
Pero cualquiera le decía a Ana que no me montaba, con lo persuasiva que era, los cojones que tenía, y lo alto que comenzó a decir "mira que eres mariquita..." por todo el parque.
Cuando ya habíamos estado en todas las atracciones y visto todos los espectáculos accedí a regañadientes. Y nada más ponerme en la cola supe que aquello no terminaría bien.
Miguel, que no pasa nada, que vamos juntos.
Ana, me cago.
¡Exagerado!
Ay Dios...
La cosa empezó a torcerse al llegar el puñetero Jaguar al apeadero. En cuanto el encargado quitó la cadenita Ana salió disparada, se montó un guirigay de cojones y al final acabé montado con un tío que no conocía de nada sin tiempo para cambiar el sitio. Mi amiga intentó darme ánimos a tres sillas de distancia.
¡ No pasa nada, Miguel ! ¡ Ya verás como te gusta !
Pero a mí la voz no me salió del cuerpo y no pude contestarle.
Como tampoco pude decirle nada al encargado cabrón, que me miraba con una sonrisilla traviesa al comprobar la palidez de mi cara.
Miré de refilón a mi acompañante, que parecía relajado, dueño de sí mismo, y traté de tranquilizarme contando hasta veinte. No fue muy bien porque me olvidé del cinco y mi vieja amiga, la tortuguita, hizo su aparición en cuanto aquello empezó a traquetear y moverse camino de la rampa.
En ese momento envidié a mi compañero, tan a gusto mirando el horizonte mientras yo me fijaba en un cordón de mi zapato que estaba un poquito flojo. Según llegaba al final de la subida, hizo acto de presencia la gotita de orina que anunciaba mi acojone más profundo y volví la cabeza hacia mi acompañante desconocido en busca de su seguridad.
En ese momento caímos.
Bueno, todos menos mi estómago y mi hígado, que se quedaron arriba gravitando un poco, y mi compañero de aventuras dijo sus primeras palabras:
¡¡¡ VOY A MORIR !!! ¡¡¡ VOY A MORIR !!! ¡¡¡ ME CAGO EN DIOOOOOOOOOOSSSS !!!
Y me agarró fuerte del brazo izquierdo, transmitiéndome todo su miedo, infortunio y dolor que se sumaron a mis propios temores, lo que me hizo gritar como jamás lo haya hecho un ser humano, cerrar los ojos y aguardar ansioso la llegada de la muerte por infarto para poder descansar eternamente.
Después de un milenio de subir, bajar, morir y renacer, aquel artefacto del demonio frenó casi en seco, lo que ayudó enormemente a que mis órganos se comprimiesen hacia adelante, la única dirección en que aún no lo habían hecho, dejándome sin respiración.
Tras comprobar que estaba vivo y que aún faltaban por llegar el hígado y el estómago, abrí los ojos y ví que mi acompañante desconocido me había agarrado el brazo con tal fuerza que mi mano se empezaba a poner un poquito azul. En aquel momento me parecío curioso oirle llorar, jadear y darle gracias al cielo pero no lo veía hacer ninguna de esas cosas, solo miraba fijamente al infinito.
La razón es que el que hacía todo eso era yo mientras el encargado cabrón me soltaba el cinturón.
Desaloje, por favor.
Un minuto, por favor, que me tiemblan las piernas.
Desaloje, por favor, hay gente esperando.
Deme un respiro, hombre, que estoy fatal.
Y me miró con esa expresión de suficiencia que tienen los gallitos cuando se creen con la sartén por el mango. Estaba a punto de elegir una de las miles de maneras que tengo de matar un sujeto cuando llegó Ana, me empujó hacia la salida y le salvó la vida sin querer.
¡Vaya carita! Anda, no seas nena.
Ana, me cago.
Exageraoooooo.
Que no, joder, que me cago, que voy al baño pero ya.
Y menos mal que los baños estaban cerca porque la tortuguita no es que asomara la cabeza, es que tenía medio cuerpo fuera cuando logré sentarme en la taza.
Qué delicia.
Qué placer.
Hasta que caí en la cuenta de que no había papel higiénico, yo no llevaba kleenex y a diferencia de mi casa no había ningún periódico cerca.
Algún día dedicaré un post exclusivo a todas las maneras que se me ocurrieron de limpiarme, algunas de ellas francamente imaginativas, pero para abreviar diré que opté por utilizar uno de mis calcetines. El problema es que entre unas cosas y otras yo no estaba para pensar mucho más, e hice lo que acostumbraba tras poner las caquitas: dejarlo caer a la taza tras acariciar mi culito.
Y montar un atasco del carajo, claro.
Tras mucho pensar intenté cogerlo con el otro calcetín, pero olía tan mal y era tan complicado que al final opté por tirar de la cadena, pensando que las instalaciones serían nuevas, por lo tanto amplias, y el chorro de agua sería potente.
Solo se cumplió lo de que eran nuevas. Cuando vi que el nivel de agua marrón, apestosa y maloliente subía, se acercaba al borde de la taza y amenazaba claramente con desbordarla, hice lo que un hombre que se precie debe hacer: huir.
En mi alocada estampida tropecé con alguien y lo derribé. Yo tenía un buen motivo para levantarme rápido pero él no era consciente de lo que pasaba y quiso recriminarme desde el suelo. Aún recuerdo sus palabras:
¡Eh! ¡A ver si tienes mas cuida...! pero... ¿qué es esto? ¡¡¡ HIJO DE PUTAAAAAAA !!!
Pero yo ya estaba empujando con muchas prisas a Ana hacia la salida del parque.
¿Qué ha pasado?
Nada, ya conoces mis caquitas malas. No se puede ni respirar allí dentro.
Ayyyy... ya le has dado la tarde a un desgraciado.
No lo sabes tú bien.
Pero eso lo dije para mí.
Besos a tod@s
3 comentarios:
Despues te quejas de q eres estreñido, pero vas dejando tortuguitas alla por donde vayas cacho guarro!!!!
Pobre hombre oler una caquita mala d las tuyas es tener el cielo ganado y hablo con conocimiento de causa jajaja.
Y eso de las cuñadas putativa??!! Espero que no fuera por mi pq tu no tendrás queja.
Feliz Navidad
tio, eres grande, ya lo sabes...genial, como siempre.....
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