Hola, amigos:
Hace poco hablábamos de una historia acerca de un verdugo y su víctima. De alguna manera pudimos conocer el lado humano de un hombre cuyo oficio era matar, pero que estaba muy alejado de disfrutar con su trabajo. Hoy conoceremos la curiosa historia de un verdugo que encontraba un enorme placer en desempeñar sus funciones.
Mas o menos en 1880, D. Luis Prendergart y Gordon, Gobernador de Cuba, estaba hasta las narices de los bandidos que asolaban cada rincón de la isla, pero también estaba harto de que la Corona le negase los medios militares para acabar con el pillaje, así que decidió parlamentar con los bandoleros.
El acuerdo establecía que cada jefe de banda dispuesto a deponer su actitud recibiría como compensación el indulto, un pasaporte para viajar al exterior y 2.000 pesos de oro. Para sus camaradas se le entregaban otros 5. 000 a repartir. Era una fortuna para la época, y todos se apresuraron a aceptar el trato.
Bueno, todos salvo el bandido más temido: Victoriano Machín.
Aquí el amigo le comunicó al Gobernador que por menos de 50.000 pesos no se iría a ninguna parte, porque esa era la cantidad que, más o menos, le reportaban cada año sus fechorías, así que siguió esquilmando Pinar del Río y el oeste de La Habana acompañado de su hermano.
Hasta Agosto de 1888, cuando un honesto ciudadano de Guanajay llamado Francisco Fajardo los delató y condujo a las autoridades hasta el lugar donde se ocultaban. El 28 del mismo mes los juzgaron en el Castillo de la Fuerza y los sentenciaron a muerte, una pena muy poco usual en la Cuba de aquella época.
El día 3 de septiembre, los guardias de la cárcel iniciaron la rutinaria cuenta de prisioneros y se dieron cuenta de que el calabozo 16 estaba vacío. Machín y su hermano habían limado los barrotes de una claraboya y se habían descolgado hasta los fosos por una cuerda. El escándalo fue mayúsculo, llegando hasta la mismísima Corte en Madrid, porque era evidente que alguien desde dentro los había ayudado con la fuga. El Gobernador fue sustituido por el General Salamanca.
Apenas un mes después, Victoriano Machín se presentó en Guanajay, reunió a todos los vecinos y le asestó veintiséis machetazos al delator Francisco Fajardo, desatando una cacería a nivel general en toda la Isla. Tan a conciencia lo buscaron esta vez que al poco tiempo el asesino y su suegro, el también bandido José Eusebio Moreno, eran detenidos en la ciudad de Cienfuegos, trasladados a La Habana y encerrados en la Cabaña, donde Victoriano debía esperar la llegada de su hora.
Hacía mucho tiempo que Cuba no presenciaba una ejecución. Tanto que el verdugo, que se llamaba José Cruz, ejercía su cargo desde hacía mas de veinte años y nunca había tenido ocasión de trabajar. La llegada de Cruz a la capital, procedente de la vecina Camagüey, fue todo un acontecimiento. Desde el puerto hasta la cárcel fue seguido por miles de personas de todas las clases sociales, entre los que no faltaban los que le solicitaban autógrafos.
Su titulación oficial no era "verdugo", sino "Ministro Ejecutor", y como un ministro lucía aquella mañana. Era alto, rubio, con bigote y tenía muy buena presencia. Perfumado y con el pelo engominado, vestía una elegante chaquetilla de color azul ribeteada en rojo. Su aspecto sereno e impasible contrastaba con el del terrible bandido, que a pesar de tener más de 30 asesinatos a sus espaldas se portó de forma más bien cobarde. Lloró, suplicó, se arrodilló, se arrastró por el suelo… Tuvieron que cargarlo entre dos alguaciles para sentarlo en el garrote y una vez allí, con las manos atadas, trató de morder al verdugo.
Hasta aquí el guión era previsible. Con lo que nadie contaba era con que el Ministro Ejecutor tenía mucha fachada pero poco valor. En cuanto llegó el momento de manipular el garrote se mareó, cerró los ojos y cayó al suelo desmayado, ante la sorpresa de los presentes.
Entonces apareció Valentín Ruiz Rodríguez. Nacido en Matanzas, con 22 años de edad cumplía una condena de 15 por homicidio, y era el encargado de llevar los trastos del verdugo. Sin mediar palabra ni esperar instrucciones se acercó al garrote, dio media vuelta a la palanca y terminó con la vida de Victoriano Machín para pasar a ser, a partir de ese día, el verdugo oficial.
El general Salamanca había prometido que bajo su gobierno aquella máquina infernal no descansaría en Cuba y cumplió su promesa. Valentín recorrió toda la isla con el garrote, que era itinerante. En poblaciones como Jovellanos, Guanajay, Santa Clara, Matanzas, Colón o Remedios finalizó con éxito veinte ejecuciones en menos de un año y medio.
Un día, bastante molesto, se confesó ante un amigo.
Hasta de matar se cansa uno.
Pero ese es tu oficio
¡Es verdad! Me había olvidado que somos como un circo de caballitos que vamos de pueblo en pueblo y sin podernos quejar…
Pero nunca mas volvió a quejarse del trabajo, salvo cuando le pidieron agarrotar a tres condenados el mismo día.
Tres ejecuciones seguidas es un abuso. No volveré a ejercer mi sagrado ministerio si no me pagan el doble y por adelantado.
Le subieron el sueldo inmediatamente. Y para constatar su pericia estableció un récord: solo tardó 14 minutos en despachar a los tres condenados.
Realmente era un profesional, se lucía en su oficio y le gustaba. En ocasiones manejaba la palanca del garrote con una sola mano, lo que ocasionaba sufrimientos enormes al condenado, y a veces, sobre todo cuando había muchas mujeres entre el público, lo hacía con tanta violencia que el corbatín de la máquina desarticulaba de manera espantosa la cabeza del tronco, salpicando de sangre a los presentes.
Una vez debió ejecutar a un tal Pablo Cantero, que para fugarse de la cárcel había matado a un guardia. Apresado de nuevo y condenado a muerte, intentó suicidarse sin éxito para librarse del garrote. Cuando llegó Valentín y se enteró de la noticia lo primero que hizo fue visitar al herido. Para sorpresa de todo el mundo, el sanguinario verdugo permaneció a su lado prodigándole todo tipo de atenciones y cuidados. Tantos que el médico del penal, conmovido, le preguntó si por casualidad eran viejos amigos.
Nada de eso, lo que pasa es que firmé un vale por 30 pesos por levantar el patíbulo y si el hombre se me muere antes me desgracio porque tendré que pagarlos.
La influencia y autoridad de Valentín Ruiz Rodríguez llegaron a ser casi inapelables en el sector. Cuando se propuso estrenar en Cuba un nuevo garrote adquirido por la Audiencia de Matanzas, el verdugo se opuso de plano y se negó con firmeza.
“¡Eso de usar máquina nueva no va conmigo! Respondo solo por lo que yo manejo… Hasta ahora ningún cliente se me ha quejado”.
Tenía razón, claro. Y no le fue mal del todo, porque murió de causas naturales a los 60 años siendo Ministro Ejecutor de la Isla de Cuba.
Besos a tod@s
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