Hola, amigos:
Una vez pasado el cabreo católico-pedófilo os doy la bienvenida de nuevo a la zona íntima de Mike. Por petición popular, hoy hablamos de una historia peliaguda, porque no sé si los delitos cometidos en el ejército prescriben. Me encomiendo a la desidia de la justicia y la comprensión de mi amiga Esther, mi teniente O´Neil particular, para que no me denuncie.
Allá vamos.
Yo fui de los últimos españoles en hacer "mili" obligatoria. Estaba destinado en la Base Aérea de Morón de la Frontera, compartida con los estadounidenses. Mi puesto habitual de trabajo me convertía en imprescindible para el cuerpo de suboficiales de la Base ya que, sin mí, nada funcionaba correctamente: era el camarero del Pabellón de Suboficiales y ya sabemos que sin el café y la copita de por la mañana los sargentos españoles no trabajan como la patria exige. El puesto era un chollo porque me libré de todas las guardias, hasta que un huracán llegó a Florida, EEUU.
Dada la distancia existente entre Florida y Sevilla pensareis que no pasa nada, pero no es así. Resulta que la Base de Morón tiene ( o tenía en aquel momento) la tercera pista de aterrizaje mas larga del mundo. Cuando hay mal tiempo en USA se convierte en alternativa para el aterrizaje de la lanzadera espacial. Se instalan unos láseres gigantescos en las inmediaciones de la base para guiar la nave desde el espacio, y como están fuera del perímetro militar los que custodian esas instalaciones provisionales son los soldados españoles que no suelen hacer guardias, o sea, yo.
La instalación estaba en medio de un olivar. En un cuadrado de hormigón habían instalado un láser enorme, un generador y una garita. Era aburrido hasta la desesperación. A las tantas de la madrugada, harto, cansado y somnoliento, recordé algo que me dijeron en la instrucción, aunque también pude haberlo oído en la peli "El sargento de hierro": tu fusil es tu vida, tu compañera, más que una novia, así que me abracé a mi CETME pensando que era Pamela Anderson y me quedé frito.
Me despertó un ruido extraño.
Abrí lentamente un ojo y comprobé dos cosas: que ya había amanecido y que un rebaño de cabras había invadido la posición. Sobresaltado, me incorporé como un resorte, intentando espantar uno de los bichos que mordía un cable.
¡Aparta, me cago en la puta!
Y en ese momento una voz de cateto cortó el viento y llegó a mis oídos:
¡Buenos días compadre!
¡Coño! ¿quién es usted?
To esto era de mi familia hasta que Franco se lo dio a los americanos.
Me parece muy bien, pero es un área militar, aquí no se puede estar.
To la vida ha sio nuestro, ¿sabe?, cuando yo era un zagal corría por tol olivar.
Que me parece muy bien pero tiene que irse... ¡que si las cabras se comen el cable la liamos!
Se van a comé, ni se van a comé ná. Nostá duro eso.
Ante la gravedad de la situación decidí llamar al puesto de control por el walkie-talkie, no quería pensar que la cabra llegase al interior del cable, se quedase frita y se cargara el láser. En mi cabeza veía la lanzadera envuelta en llamas, mis huesos en la cárcel... Dios mio.
Topo a nido, topo a nido. Cambio.
Adelante topo. Cambio.
Un rebaño de cabras ha invadido el perímetro. ¿Qué hago? Cambio.
Repita, topo. Cambio.
Que un rebaño de cabras ha invadido la posición, nido. ¿Qué hago? Cambio.
¿Ha seguido el protocolo, topo? Cambio.
Este... pues claro, nido. Verá... le he dado el alto... pero eran muchas cabras y no sé si es que no me han entendido y han seguido y yo... bueno... no sé que hacer, nido. Cambio.
¿No estaría dormido, topo? Cambio.
¡Para nada, nido, para nada! Vinieron de golpe, ¿sabe? este... como si brotasen... ca...cambio.
Siga el protocolo, topo. Repito, siga el protocolo. Cambio y corto.
El protocolo seguía con un disparo al aire y si eso no funcionaba... no quería ni pensarlo. Y me dispuse a explicárselo al cabrero.
Mire, tenía que haberle dado el alto, pero bueno, me ordenan que pegue un tiro al aire y se le van a espantar las cabras...
Con la de conejos que he cazao con mi primo... estas no salen corriendo por un tiro, compadre.
Pero hombre, por Dios, que tiene que irse, ¡que las cabras se van a comer los cables y la vamos a liar!
Franco no le dió un duro a mi padre, ¿sabe? Y el olivar era nuestro desde los tiempos de Napoleón lo menos.
Estaba claro que habría que seguir de nuevo el protocolo. Había que disparar al intruso o intrusos. Y aquí se presentaba un dilema matemático.
Había que matar mas o menos cincuenta cabras y un perro. Para ello disponía de un subfusil CETME de última generación, capaz de disparar 600 proyectiles por minuto pero que estaba equipado con un cargador de solo diez balas.
Las cuentas no me salían. Podía poner las cabras en fila y confiar en que pudiese matar cinco a la vez con cada bala y del perro podía ocuparme con mis propias manos, que también son un instrumento mortal, pero lo veía muy complicado, así que decidí hablar, una vez más, con el cabrero.
Por favor, hombre, que voy a tener que matar alguna cabra...
¡¡ Como toques una cabra te agarro por el pescuezo y te deslomo, enano, mal parido !!
En ese momento mi determinación me abandonó tan rápido como pudo, la camisa dejó de llegarme al cuerpo y retrocedí ante aquel rudo campesino armado con un garrote que me miraba con ojos feroces, demostrando poseer tan solo la valentía suficiente para no hacerme pipí encima.
Cuando valoraba seriamente la posibilidad de salir corriendo hacia la base apareció un Land-Rover con unos cuantos soldados profesionales que dieron un nuevo giro a la situación. Tal como se bajaron, montaron sus fusiles, apuntaron unos al cabrero y otros a las cabras y dijeron escuetamente "largo".
El tipo enarboló el cayado pero en dirección a los animales y en cinco segundos desalojaron el terreno. Para ello bastó que les hablase en su propio idioma, diciendo algo que sonaba mas o menos así:
Joiodios-ahivayá-heyyyyyyy-tstststststststs-caaaaaa-hey-hey-hey !!!
Cuya traducción literal en castellano es "venga, chicas, al escenario" y en argot cabrero significa "anda, vámonos".
Tras el desalojo me tocaba enfrentarme a la mirada encendida y acusadora del sargento. Debió verme tan desvalido, humillado y superado por las circunstancias que se limitó a suspirar, mover la cabeza negativamente y reflejar en su frente la frase "recluta acojonado de mierda" mientras montaba en el Land-Rover.
Puedo jurar que nunca en mi vida he vuelto a tener los ojos tan abiertos como en el resto de aquella guardia, de forma que cuando vinieron a relevarme tenía secos los dos de arriba y con la tortuguita asomando el de abajo. En la base, mientras parpadeaba con fuerza y relajaba mis nervios poniendo una caquita, pensaba que lo peor había pasado.
Ignoraba que me quedaba el último trago, el de la guardia del segundo día por la noche.
Pero esa es otra historia.
Besos a tod@s
Una vez pasado el cabreo católico-pedófilo os doy la bienvenida de nuevo a la zona íntima de Mike. Por petición popular, hoy hablamos de una historia peliaguda, porque no sé si los delitos cometidos en el ejército prescriben. Me encomiendo a la desidia de la justicia y la comprensión de mi amiga Esther, mi teniente O´Neil particular, para que no me denuncie.
Allá vamos.
Yo fui de los últimos españoles en hacer "mili" obligatoria. Estaba destinado en la Base Aérea de Morón de la Frontera, compartida con los estadounidenses. Mi puesto habitual de trabajo me convertía en imprescindible para el cuerpo de suboficiales de la Base ya que, sin mí, nada funcionaba correctamente: era el camarero del Pabellón de Suboficiales y ya sabemos que sin el café y la copita de por la mañana los sargentos españoles no trabajan como la patria exige. El puesto era un chollo porque me libré de todas las guardias, hasta que un huracán llegó a Florida, EEUU.
Dada la distancia existente entre Florida y Sevilla pensareis que no pasa nada, pero no es así. Resulta que la Base de Morón tiene ( o tenía en aquel momento) la tercera pista de aterrizaje mas larga del mundo. Cuando hay mal tiempo en USA se convierte en alternativa para el aterrizaje de la lanzadera espacial. Se instalan unos láseres gigantescos en las inmediaciones de la base para guiar la nave desde el espacio, y como están fuera del perímetro militar los que custodian esas instalaciones provisionales son los soldados españoles que no suelen hacer guardias, o sea, yo.
La instalación estaba en medio de un olivar. En un cuadrado de hormigón habían instalado un láser enorme, un generador y una garita. Era aburrido hasta la desesperación. A las tantas de la madrugada, harto, cansado y somnoliento, recordé algo que me dijeron en la instrucción, aunque también pude haberlo oído en la peli "El sargento de hierro": tu fusil es tu vida, tu compañera, más que una novia, así que me abracé a mi CETME pensando que era Pamela Anderson y me quedé frito.
Me despertó un ruido extraño.
Abrí lentamente un ojo y comprobé dos cosas: que ya había amanecido y que un rebaño de cabras había invadido la posición. Sobresaltado, me incorporé como un resorte, intentando espantar uno de los bichos que mordía un cable.
¡Aparta, me cago en la puta!
Y en ese momento una voz de cateto cortó el viento y llegó a mis oídos:
¡Buenos días compadre!
¡Coño! ¿quién es usted?
To esto era de mi familia hasta que Franco se lo dio a los americanos.
Me parece muy bien, pero es un área militar, aquí no se puede estar.
To la vida ha sio nuestro, ¿sabe?, cuando yo era un zagal corría por tol olivar.
Que me parece muy bien pero tiene que irse... ¡que si las cabras se comen el cable la liamos!
Se van a comé, ni se van a comé ná. Nostá duro eso.
Ante la gravedad de la situación decidí llamar al puesto de control por el walkie-talkie, no quería pensar que la cabra llegase al interior del cable, se quedase frita y se cargara el láser. En mi cabeza veía la lanzadera envuelta en llamas, mis huesos en la cárcel... Dios mio.
Topo a nido, topo a nido. Cambio.
Adelante topo. Cambio.
Un rebaño de cabras ha invadido el perímetro. ¿Qué hago? Cambio.
Repita, topo. Cambio.
Que un rebaño de cabras ha invadido la posición, nido. ¿Qué hago? Cambio.
¿Ha seguido el protocolo, topo? Cambio.
Este... pues claro, nido. Verá... le he dado el alto... pero eran muchas cabras y no sé si es que no me han entendido y han seguido y yo... bueno... no sé que hacer, nido. Cambio.
¿No estaría dormido, topo? Cambio.
¡Para nada, nido, para nada! Vinieron de golpe, ¿sabe? este... como si brotasen... ca...cambio.
Siga el protocolo, topo. Repito, siga el protocolo. Cambio y corto.
El protocolo seguía con un disparo al aire y si eso no funcionaba... no quería ni pensarlo. Y me dispuse a explicárselo al cabrero.
Mire, tenía que haberle dado el alto, pero bueno, me ordenan que pegue un tiro al aire y se le van a espantar las cabras...
Con la de conejos que he cazao con mi primo... estas no salen corriendo por un tiro, compadre.
Pero hombre, por Dios, que tiene que irse, ¡que las cabras se van a comer los cables y la vamos a liar!
Franco no le dió un duro a mi padre, ¿sabe? Y el olivar era nuestro desde los tiempos de Napoleón lo menos.
Estaba claro que habría que seguir de nuevo el protocolo. Había que disparar al intruso o intrusos. Y aquí se presentaba un dilema matemático.
Había que matar mas o menos cincuenta cabras y un perro. Para ello disponía de un subfusil CETME de última generación, capaz de disparar 600 proyectiles por minuto pero que estaba equipado con un cargador de solo diez balas.
Las cuentas no me salían. Podía poner las cabras en fila y confiar en que pudiese matar cinco a la vez con cada bala y del perro podía ocuparme con mis propias manos, que también son un instrumento mortal, pero lo veía muy complicado, así que decidí hablar, una vez más, con el cabrero.
Por favor, hombre, que voy a tener que matar alguna cabra...
¡¡ Como toques una cabra te agarro por el pescuezo y te deslomo, enano, mal parido !!
En ese momento mi determinación me abandonó tan rápido como pudo, la camisa dejó de llegarme al cuerpo y retrocedí ante aquel rudo campesino armado con un garrote que me miraba con ojos feroces, demostrando poseer tan solo la valentía suficiente para no hacerme pipí encima.
Cuando valoraba seriamente la posibilidad de salir corriendo hacia la base apareció un Land-Rover con unos cuantos soldados profesionales que dieron un nuevo giro a la situación. Tal como se bajaron, montaron sus fusiles, apuntaron unos al cabrero y otros a las cabras y dijeron escuetamente "largo".
El tipo enarboló el cayado pero en dirección a los animales y en cinco segundos desalojaron el terreno. Para ello bastó que les hablase en su propio idioma, diciendo algo que sonaba mas o menos así:
Joiodios-ahivayá-heyyyyyyy-tstststststststs-caaaaaa-hey-hey-hey !!!
Cuya traducción literal en castellano es "venga, chicas, al escenario" y en argot cabrero significa "anda, vámonos".
Tras el desalojo me tocaba enfrentarme a la mirada encendida y acusadora del sargento. Debió verme tan desvalido, humillado y superado por las circunstancias que se limitó a suspirar, mover la cabeza negativamente y reflejar en su frente la frase "recluta acojonado de mierda" mientras montaba en el Land-Rover.
Puedo jurar que nunca en mi vida he vuelto a tener los ojos tan abiertos como en el resto de aquella guardia, de forma que cuando vinieron a relevarme tenía secos los dos de arriba y con la tortuguita asomando el de abajo. En la base, mientras parpadeaba con fuerza y relajaba mis nervios poniendo una caquita, pensaba que lo peor había pasado.
Ignoraba que me quedaba el último trago, el de la guardia del segundo día por la noche.
Pero esa es otra historia.
Besos a tod@s
2 comentarios:
jajaja, me parto contigo
Buenisimo, tio. Me enkanta tu blog.
Kiko21
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