Corren tiempos en los que hay un sano empeño en rescatar del olvido algunos hechos y reescribir correctamente la historia, así que no debemos pasar por alto un mito antiguo que seguimos venerando como cierto, pero resulta ser más falso que las tetas de Ana Obregón:
Eso es mentira, coño, y tenemos que denunciarlo. Pero hay que hacerlo con pruebas, y a ellas me remito.
Vuelvo a abrir lo más recóndito de mi alma para vosotros, en un post un poco largo para no hacerlo en dos partes. Ruego respeto. Como dice la canción de Carlos Baute: cuidado, cuidado, que mi corazón está colgando en tus manos. Ya hablaremos en otro post de las virtudes poéticas de Baute y la conveniencia de no usar la palabra "colgando", de tres sílabas, en vez de "preso", por ejemplo, de dos sílabas, con lo que el ajuste entre el ritmo y la letra de la canción mejora bastante. Pero vamos a lo nuestro, que me pierdo.
14 añitos. Primero de B.U.P. Como ya tenía pelo en el pecho parecía mayor de lo que realmente era y eso fué suficiente para captar la atención de una chica repetidora. Eso y que la mayoría de los tipos de la clase tenían una belleza similar a la del Fary.
Yo iba sobrado de sex appeal pero cortito de experiencia, así que la chica tuvo que esperar a la vigésima indirecta para que yo me diese cuenta de que le gustaba. Vaya cuadro:
Me dirijo hacia ella. Soy tan torpe que no caigo en buscar un momento a solas, así que voy a lo bravo, cuando está con todas sus amigas.
Emm, hola.
Me mira. Sonríe. Las amigas intentan sofocar unas risitas. Algunas se tapan la boca. Otras se dan la vuelta.
Empiezo a sudar y doy veinte o treinta rodeos en un lenguaje ininteligible.
Quería preguntarte que si vas a ir a la fiesta del Instituto, porque si no vas pues nada, pero si vas, pero no si ya tienes planes, porque si tienes planes yo no... pero no si estás, pero si vas...bueno que yo también, quiero decir que tú...
Las risas se vuelven muy audibles. Deseo que una de las amigas, la más escandalosa, se trague el aparato que transforma su boca en la de un tiburón. Qué mal rato estoy pasando, carajo.
Quiero decir que yo estaré, y si tu estás pues podemos tomar algo, pero que si no estás pues nada, no lo tomamos, porque claro, no estás.
Vale - me dice.
Bien, pues eso. Este... una cosa más.
Dime.
¿Que es lo que vale? Porque ya no sé ni lo que te he preguntado...
Y todas se descojonan. Su cara mientras se ríe es una estampa maravillosa.
Que nos vemos allí, tonto.
Muchos años después caí en la cuenta de que en ese momento era como Leonardo di Caprio en Titanic: estaba flotando, encantado de la vida, pero a punto de hundirme y quedarme congelado aunque todavía no lo sabía.
Fiesta del instituto. Son las once y la niña no ha aparecido.
Copita pa entonar el cuerpo. Garrafón, su puta madre. A que no viene...
¿Me puse desodorante? Ah, sí.
Voy al servicio. ¡¡¡¡Dios, el calzoncillo está roto!!!! No, es la apertura por donde se orina. Cálmate, no te pongas nervioso.
Buchito. Mierda, ya no me acordaba de que era garrafón.
¡Ahí está! Que guapa viene. Saluda a un tipo, a una amiga, a otro tipo, a dos amigas más... esto es interminable. Por fin llega.
Hola - digo agachando la cabeza, moviendo nerviosamente un pie en círculos y poniéndome colorado como un tomate.
Hola - dice agachando también la cabeza y mordisqueando nerviosamente su labio inferior.
En una muestra deliciosa de sordidez musical, aunque es fácil juzgar a toro pasado, suena "Like a virgin" tras "Manué, no tarrime a la paré" de Los Inhumanos y me arranco a bailar con la mítica "Amante bandido" con tan buena suerte que la siguiente canción es de UB40 y se puede bailar agarradito.
A solas, moviéndonos por la pista, le hablo de Dire Straits y la grandísima canción que acaban de sacar, "Money for nothing". Como de pasada, le digo lo guapa que es y que está. Mientras nos apartamos de la pista y dejamos de prestar atención a la música, solo hablamos y hablamos y hablamos a diferencia de Luis Fonsi que espera y espera y espera.
En un momento dado se calla y me mira. Se acerca. Me besa.
Y yo me abandono, extasiado, al placer de saborear su barra de labios, de acariciar su nuca con una mano mientras deslizo la otra por su espalda, de sentir sus brazos dulcemente colgados de mi cuello... y me pasa completamente desapercibido el hecho de que mi amigo calvo, ínclito habitante de la entrepierna, sale de su letargo.
En aquella época se rendía culto al vello púbico masculino. Era sagrado. No se tocaba. No se cortaba.
Uno de esos vellos, quién sabe si por miedo o por frío, por vergüenza o por falta de ella, refugió su extremo en mi prepucio. Cuando mi pene sacó la nómina de centímetros a pasear comenzó a tirar del pelo, que se agarró a su refugio como un catalán a un billete, con el resultado de provocar un dolor sordo, insistente, y que sólo se podía corregir metiendo la mano en el pantalón, buscando la apertura del calzoncillo, tanteando la punta del glande y liberando el dichoso vello.
Obviamente no iba a decirle a la chica "perdona, espera, que se me ha puesto dura y un pelo se ha quedado atrapado" porque ni por asomo iba a interrumpir el beso, y las manos estaban posadas en ella, así que intenté mover la cadera y el culo con la esperanza de que se soltara el puñetero pelo.
Pero no funcionó, y además la chica interpretó los movimientos como de deseo, prolongando el beso interminablemente.
Así que allí estaba yo, averiguando de primera mano el significado de la palabra "agridulce" porque por aquel entonces no conocía la palabra "sado-maso", deseando que el beso no acabara nunca y que acabase pronto, placer y dolor a la vez.
Finalmente, el dolor gana la partida al deseo y brotan dos lágrimas que recorren mi mejilla y terminan en nuestros labios.
Al contacto con las lágrimas saladas, ella abre los ojos, se aparta suavemente y sonrie absolutamente emocionada.
¡Oh, Dios mio! ¡Estás llorando de emoción! es... es... lo más bonito que me ha pasado nunca...
Y se pone a contar una interminable historia acerca de los sentimientos, la gente y la vida, abrazada a mí, dándome besos cada poco tiempo. Mientras, mi pene insiste en continuar erguido, el vello no se libera y yo sigo llorando más que Bustamante en Operación Triunfo, tratando de encoger las piernas, mitad para que no vea la tremenda erección que me genera su contacto, mitad para mitigar el dolor que ya es inaguantable.
Al fin, pronuncia las palabras mágicas, "voy al servicio, ahora vuelvo", y me falta tiempo para meter la mano en el pantalón y liberar al capullo, palabra que en esta frase utilizo doblemente, como adjetivo calificativo del vello y como lugar físico del cuerpo.
Nunca, jamás, he vuelto a tener una sensación semejante de alivio. En ese momento pensaba que ya podía morirme que lo haría feliz, pero por haberme librado del dolor, sin caer en la cuenta de que había sido mi primer beso y que una combinación de circunstancias, entre ellas mi destino y mi propia esencia, lo habían arruinado.
Dos semanas más tarde perdería mi virginidad con la chica... pero esa es otra historia de otra primera vez, que podréis leer en otro post.
Besos a tod@s menos a una, cuyo nombre empieza por "P".