jueves, 29 de octubre de 2009

UNA CONEXION ENTRE CORIA Y JAPON

Hola, amigos:

Los que sois de Sevilla conoceis una localidad llamada Coria del Río. Este pueblo, famoso por su albur en adobo y su contrabando, tiene además una curiosa particularidad: de toda la vida hay mucha gente de apellido "Japón" con pinta de ser oriental.

Y la explicación es sorprendente.

Adentrémonos en el relato de un viaje que tuvo lugar en el siglo XVII. El de un samurai que conoció a Felipe III de España, al Papa Pablo V y casi, casi a Galileo Galilei. Un viaje que a lo largo de siete años lo llevó desde Japón a Roma, pasando dos veces por Coria del Río, provincia de Sevilla.

Dedicado a todos mis conocidos corianos, gente encantadora y extraordinaria. Bueno, todos excepto uno.

Mas o menos en 1602, un fraile sevillano llamado Luis Sotelo desembarcó en Japón procedente de Manila. Desde hacia varios años, los jesuitas habían logrado convertir al cristianismo a varios Daimios (señores feudales) y sus vasallos respectivos. Fray Sotelo era franciscano y su misión era intentar salvar el alma de Dato Masamune, uno de los Daimios más poderosos, y hacer frente al emergente poder jesuita.

El fraile, un hábil diplomático, se dio cuenta de que solo tocando el bolsillo del Daimio podría conseguir su favor. Como buen franciscano, no tenía dinero, pero le propuso un plan irrechazable: Masamune no tenía por qué convertirse, pero permitiría formalizar un obispado en su territorio. A cambio, los franciscanos acreditarían y acompañarían a una embajada japonesa para entrevistarse con el rey Felipe III de España y el Papa Pablo V. Objetivo: habilitar rutas comerciales directamente entre Japón y España.

El Daimio se dio cuenta enseguida de que suprimir cientos de intermediarios entre Asia y Europa, la ruta tradicional, multiplicaría sus beneficios comerciales, así que accedió gustoso al trato.

Masamune encargó al español Sebastián Vizcaíno y al inglés William Adams la construcción de un galeón de tipo europeo, mejor preparado para atravesar el Océano Pacífico que un barco nipón, bautizándolo como "Date Maru" en japonés y "San Juan Bautista" en castellano. La embajada estaba formada por 150 japoneses y 50 españoles, entre frailes y marineros. El mando de la expedición recayó en el samurai Hasekura Tsunenaga, capitán de la guardia y amigo personal del Daimio.

Hasekura, a la derecha.

La otra derecha, Yoli.

El "San Juan Bautista" zarpó hacia América el 28 de Octubre de 1613, llegando a Acapulco tres meses después de su partida de Japón. La comitiva continuó a pie hasta México capital, donde se entrevistó el 25 de Marzo de 1614 con el Virrey de Nueva España, al que Hasekura mostró las credenciales. En ellas, Dato Masamune se comprometía a establecer relaciones diplomáticas y comerciales con España, pedir al Papa el envío de misioneros católicos y patrocinar el establecimiento de un alto delegado papal para evangelizar todo Japón.

Ese compromiso era una fantasmada enorme, porque nuestro amigo era un señor muy poderoso, pero no gobernaba el país ni mucho menos. Eso lo hacía el Shogún, gobernador militar de Japón, que tenía al emperador acojonado, acongojado y como figura decorativa. Y había algo más: el Shogún, Tokugawa Hidetada, era enemigo político de Masamune.

A la izquierda, el Shogún Hidetada.

Entretanto, como muestra de voluntad por convertirse, durante la Semana Santa se bautizaron 42 japoneses, y recibieron la confirmación de manos del arzobispo de México nada menos que 63 nipones. Hasekura prefirió reservar la salvación de su alma hasta llegar a Europa. Pasados los festejos, la comitiva se dividió: el samurai, treinta japoneses y los frailes se encaminaron hacia Veracruz, donde embarcarían con dirección a La Habana; el resto de los nipones volvieron a Acapulco a esperar junto al barco el regreso del samurai.

El 3 de agosto, la embajada inició la travesía del Atlántico a bordo de la Flota de Indias. Tras dos meses de navegación, llegaron el 5 de octubre a Sanlúcar de Barrameda, en la desembocadura del Río Guadalquivir. Allí fueron recibidos por el Duque de Medina Sidonia, que les facilitó dos galeras que los llevaron hasta Coria del Río, cerca de Sevilla, donde fueron alojados en el monasterio franciscano.

A lo largo de un mes fueron tratados como auténticos reyes. Asistieron a fiestas, recepciones, corridas de toros, y se entrevistaron con todos y cada uno de los nobles andaluces, que hacían cola para departir con aquellos extraños cristianos amarillos. Por fin, el 25 de Diciembre, japoneses y franciscanos se pusieron en marcha hacia Madrid.

Pero mientras se dirigían a la capital llegaron noticias preocupantes desde Japón. En febrero, el Shogún Hidetada había decretado la prohibición de la práctica del cristianismo y la expulsión de todos los misioneros extranjeros. Eso dejaba a la embajada en una posición bastante delicada, porque ahora la misión de Hasekura era considerada una delegación menor, una representación de un simple señor feudal enfrentado al mandamás, el Shogún.

Al llegar a Madrid tuvieron que esperar mas de un mes para entrevistarse con Felipe III, y ocho meses más hasta obtener permiso para dirigirse a Roma a ver al Papa. A pesar de bautizarse en presencia del Rey y contar como padrino con el Duque de Lerma, flamante primer ministro y mano derecha del monarca, la embajada fue despedida de manera mas que fría el 15 de agosto de 1615, cuando se puso en marcha camino de Barcelona para embarcar hacia Italia.

A la izquierda, Felipe III de España.

Tras desembarcar en Génova y viajar a pie hasta Roma, Hasekura y fray Sotelo se prepararon para otra larga espera, aunque de forma sorprendente fueron recibidos enseguida por el Papa Pablo V, lo que elevó el ánimo de japoneses y franciscanos.

Pero sus esperanzas se diluyeron muy pronto. La razón de la prisa era que el Santo Padre estaba muy ocupado organizando el juicio contra Galileo Galilei por sostener que la Tierra giraba alrededor del Sol. El samurai fue despedido tan rápido como fue recibido, a pesar del bautizo en Roma de otros cuantos japoneses.

Tras dos meses en la Ciudad Eterna, el 7 de enero de 1616 la comitiva comenzó el viaje de vuelta, a pie hasta Génova, en barco hasta Barcelona y otra vez a pie hasta Sevilla. El rey Felipe III había sugerido que esta vez la embajada no se detuviese en Madrid, en parte por ahorrar gastos, en parte por no perder el tiempo organizando entrevistas con poco sentido político.

Alojado en el monasterio franciscano de Coria del Rio, el samurai insistía en que la autoridad y la fuerza de su Daimio era superior a la de muchos reyes europeos, y que su señor pronto se iba a convertir en el Shogún de Japón. No dejó de pedir nuevas entrevistas con el rey de España o el Duque de Lerma, hasta que al cabo de un año se le agotaron los medios económicos y los recursos diplomáticos.

Hasekura y fray Sotelo partieron de vuelta hacia Japón el 4 de julio de 1617. Pasarían 200 años antes de que llegase a Europa, en concreto a Francia, otra delegación japonesa.

Pero algo permaneció en España tras esta segunda visita: entre 10 y 15 japoneses, no se sabe el número exacto, decidieron quedarse a vivir en Coria del Rio. Hoy día podemos contabilizar varios centenares de descendientes de estos nipones, reconocibles por sus rasgos ligeramente orientales y porque suelen llevar el apellido "Japón". En el padrón de 2006, teníamos 1.851 personas apellidadas así en toda España, de las que 1.344 residían en la provincia de Sevilla.

Hasekura y fray Sotelo alcanzaron las costas mejicanas a principios de 1618 y se dirigieron por tierra a Acapulco donde les esperaba el “San Juan Bautista”. Para financiar en parte los elevados gastos de la embajada, el samurai y el franciscano consiguieron la autorización para cargar el barco de productos coloniales y tratar de venderlos en Manila, a donde llegaron en abril de 1618.

En Filipinas estuvieron casi dos años, intentando liquidar la expedición y recuperar en lo posible los gastos. No tuvieron mucha suerte y al final hubo que vender el "San Juan Bautista” a las autoridades españolas para obtener dinero suficiente y regresar a Japón. En julio de 1620, Hasekura partió de Manila, y sería en este puerto donde viese por última vez a fray Sotelo. Al tanto de las dificultades que atravesaban los cristianos en el pais de los samurais, el franciscano decidió quedarse un poco más para preparar su entrada de forma clandestina.

Hasekura volvió a pisar tierra japonesa en agosto de 1620, cuando entró en el puerto de Nagasaki. En los siete años que había estado fuera, el Daimio Masamune se había plegado a la voluntad del Shogún y su país había cambiado totalmente de política. Hidetada había prohibido el cristianismo, aplicando pena de muerte a creyentes nativos y predicadores, limitado el contacto con los extranjeros y anulado las relaciones comerciales. Llegaría incluso a prohibir relatar sus experiencias a todos aquellos que hubieran estado en el extranjero, también bajo pena de muerte.

Fray Sotelo fue delatado por el capitán del barco en el que llegó y condenado a morir en la hoguera. Hasekura renunció a su fe de forma oficial, pero todo indica que de forma oficiosa siguió fiel al cristianismo y lo propagó en su entorno, aunque de forma secreta, ya que muchos de sus allegados y familiares, que no eran cristianos a su llegada, fueron condenados en los años posteriores por abrazar la fe extranjera.

En Japón, el viaje de Hasekura a Europa fue enterrado en el olvido más absoluto. Los japoneses volvieron a saber de nuestro samurai en 1873, en plena apertura hacia Occidente, cuando una nueva embajada dirigida por Iwakura Tomomi llegó a Venecia. Allí le mostraron varios documentos relacionados con la visita de Hasekura a Roma.

Hoy quedan bastantes testimonios del viaje del samurai en el museo de la ciudad de Sendai, donde destacan dos retratos: uno del papa Pablo V y otro del propio Hasekura orando frente a un crucifijo.

También se recuperaron los planos originales del barco "San Juan Bautista" y los regalos europeos que Hasekura le entregó a Date Masamune y fueron rechazados, como un juego de dagas y espadas malayas compradas en Filipinas, gran cantidad de objetos religiosos cristianos y numerosas cartas y documentos.

Todo fue guardado cuidadosamente por los descendientes de nuestro amigo a lo largo de cientos de años y donado al museo de Sendai, donde hay una exposición permanente y una réplica del barco.

A la izquierda el retrato de Hasekura orando fervorosamente.

También hay estatuas en honor de nuestro samurai en varias de las ciudades que jalonaron su aventura: Sendai, en Japón; Acapulco, en México; La Habana, en Cuba; Coria del Río, en España y Civitavecchia, en Italia.




Besos a tod@s.

3 comentarios:

ccm dijo...

Buenas

Gran blog!!!!

Acabo de descubrirte y me encanta (especialmente las anecdotas).

Saludos y felicidades

Mike dijo...

Muchas gracias, ccm.

Bienvenido, y considérate un amigo más del blog.

Ifigenia dijo...

Es la primera vez que entro en tu blog, y ha sido buscando precisamente algo de Hasekura. Vivo en Sanlúcar y un grupo de personas del Centro de Adultos estamos haciendo una investigación de este japonés y de su estancia en Sanlúcar, donde parece ser que permaneció más tiempo que en Coria y queremos rescatarlo del olvido. Mi pregunta es ¿de dónde has sacado los datos? Te podrías poner en contacto conmigo. Este es mi correo epistolariorojo@gmail.com. Saludos. Ifigenia